La Isla Puná nos recibió con su belleza natural y la calidez de su gente. Allí, entre senderos de arena y el sonido del mar, llevamos la Palabra que da vida. Oramos por enfermos, alentamos corazones cansados y sembramos la semilla del Evangelio. Sabemos que lo que comenzó como una misión de días, Dios lo convertirá en un fruto eterno que marcará generaciones.
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